Manual para un intendente santarroseño

Después de gestiones municipales muy pobres -un intendente duró menos de tres meses-, cabe recordar a un jefe comunal que tenía como atributos su inteligencia, pero sobre todo un gran sentido común.

Hubo un tiempo en que la capital de la provincia estuvo manejada desde el
municipio por un intendente muy particular. Don Eduardo Feliz Molteni fue jefe comunal durante cuatro períodos alternados, y manejó el municipio de tal manera que su accionar es recordado aún hoy en día.

Dueño de un gracejo muy particular -alguna “z” parecía a veces colarse en su vocabulario-, fue un hombre sabio. Con esa sabiduría que era producto de su inteligencia, de su conocimiento y de una notable dosis de sentido común.
Podía enojarse con un periodista -que no éramos tantos en esas épocas-, pero sabía aceptar una crítica sana y sin mala intención; y era capaz de admitir sin problemas una situación en la que se le marcaba un error o un reproche a su gestión. Algún cronista, joven por entonces, lo escuchó decir: “Mirá, mientras de mí no digan que soy ladrón o voy contra natura… que digan lo que quieran”. Esa sola frase marcaba a las claras su manera de pensar.

Lejos de molestarse por las quejas que los vecinos manifestaban en este diario, solía utilizarlo como “agenda” de cosas por hacer, y tomar el teléfono para recomendarles alguna tarea a “los muchachos del parque”.

“El diario LA ARENA tiene una foto con un pozo…” en tal calle. “Vayan y arreglen eso ya”, ordenaba, y más tarde caería por el lugar él mismo a comprobar si el trabajo se había realizado.
Le interesaba más que el problema se solucionara que estar polemizando con un diario, o con un periodista.

 

Una pala y un hacha.

Era un intendente peculiar, capaz de atender en una tarde a 30 ó 40 vecinos que llegaban al municipio para formular determinados reclamos. Ante la sorpresa de sus colaboradores -“¿a todos los va a recibir?, le preguntaban-, don Eduardo Molteni los escuchaba uno por uno. “A la gente, por lo menos, hay que ponerle la oreja”, contestaba.
Naturalmente no todos se iban conformes, pero él no se escondía, prefería poner la cara y decir con exactitud qué pasaba, y qué podía hacer en cada circunstancia.

Tenía siempre, detrás de su escritorio, un par de herramientas. Cuando alguien llegaba muy necesitado pidiendo trabajo, Molteni sin hesitar echaba una mano hacia atrás y tomaba una pala: “Tomá, andá a verlo a (Adolfo) Molas, y que vea qué podes hacer”, contestaba.

Por un lado desalentaba a quien creía que podía acceder a un trabajo detrás de un escritorio, y por el otro le enviaba a su secretario de Obras Públicas a alguien que se decía deseoso y necesitado de trabajar. Ese era Molteni.
Se conocen cientos de anécdotas, algunas de las cuales merecen ser rescatadas y, por qué no, consideradas a lo mejor para tenerlas como ideas que tal vez podrían considerarse para el futuro.

 

Estaba en todas partes.

Recorría todos los días las calles de la ciudad -podrá argumentarse que era una Santa Rosa de 50 mil habitantes, o menos, y que era más fácil-, porque estaba en su espíritu. Era partidario de las plazas con placeros, y los alentaba a trabajar con ganas para que esos paseos lucieran impecables. Para eso había instrumentado entregar, cada mes, el “premio a la mejor plaza de la ciudad”. Un incentivo para el empleado celoso de su tarea.

Caminaba todos los días de su vivienda en Barrio Fitte hasta el municipio, siempre por calles distintas, para ir observando cada detalle que pudiera servir para mejorar la ciudad. Y donde veía una vivienda con un montículo de tierra -para alguna construcción- en la vereda, tocaba timbre y pedía que la ingresen; y cuando llegaba a la municipalidad, antes de las 8, todo debía estar regado y limpio.

Y no sólo eso: los empleados veían que, de pronto, una mano se estiraba por el marco de la puerta de la oficina y apagaba las luces: “Ya son las 8, se puede ver perfectamente”, les decía en un intento por ahorrar energía.

 

Hasta la Iglesia paga tasas.

Alguna vez un obispo llegó a pedir una exención para la Catedral. Golpeando el escritorio para dar más fuerza a su respuesta Molteni iba a tener una expresión que lo pintaba de cuerpo entero: “Pero monseñor… ¡si los feligreses no son capaces de aportar a la Iglesia!”. Al prelado entonces le quedaba claro que el templo no se iba a salvar de ninguna manera de pagar las tasas municipales.

En otra oportunidad la intendencia había incorporado a un joven contador para hacerse cargo de las finanzas. Don Eduardo lo citó a su despacho y lo instruyó: “Usted es desde hoy el responsable, pero no me gustaría que toque a nadie del personal: hay muchos del Mofepa, y también radicales, pero aquí todos somos iguales”. No ponía por encima su condición de peronista, sino la idoneidad de sus empleados.

 

La garrafa, una picardía.

El 10 de octubre de 1985 se habría de producir una anécdota que quedará para siempre en el imaginario popular. Fue cuando debía inaugurarse en el parquecito del Barrio Fitte el primer tramo de la red domiciliaria de gas natural.
Un acontecimiento porque los vecinos iban a poder contar en sus viviendas con el vital combustible con sólo abrir una llave de su cocina o sus calefactores, porque hasta allí tubos de gas y garrafas eran un contratiempo cuando su carga se terminaba. La obra era un paso adelante, y había satisfacción.

El radicalismo, con don Raúl Alfonsín, gobernaba en el país, y en La Pampa transcurría el primer gobierno de Rubén Marín. El primer mandatario, Carlos Verna entonces ministro de Obras Públicas, y toda la cohorte de funcionarios estaba en el lugar, también el intendente Molteni y en derredor el público. Saúl Santesteban -en aquel momento director de este diario- era testigo de lo que sucedía.

Algunos funcionarios se advertían un poquito más nerviosos que otros…
Lo que no se veía era personal de Gas del Estado (dependiente de la administración radical de Nación). Después se sabría que horas antes se habían ido de la ciudad y dejaron cerrada la llave que habilitaba el paso del gas. ¿Cómo encender la llama votiva al momento de la inauguración?

Cuando Carlos Verna y el secretario municipal Adolfo Molas acercaron el encendedor, el gas salió raudo, la llama se encendió y todos aplaudieron
Más tarde se supo la verdad: un grupo de funcionarios municipales se reunió en una oficina y decidió que iban a poner una garrafa debajo -en una suerte de subsuelo-, y habría gas. Dicen que Molteni no sabía (¿??) -raro porque sabía todo-, y que luego cuando le informaron lo tomó filosóficamente: “Y bueno, si la obra está hecha”, justificó.
Una triquiñuela de radicales que el equipo de Molteni respondió con otra picardía.

 

Sus colaboradores, sus amigos.

En su desempeño al frente de la municipalidad de Santa Rosa, Molteni tuvo un gran equipo de gente con la que compartía -generalmente en el despacho de Pipo Mariani, su secretario de Gobierno- largas mateadas para hablar de los problemas de la ciudad.

Además de Mariani se debe mencionar a Adolfo Molas -otro personaje singular-, Santiago “Guito” Álvarez (junto a él y al director de este diario, Saúl Santesteban, sabían recorrer las calles buscando problemas y propiciando soluciones). Y hubo muchos otros, una lista importante, entre los que se contaban los contadores José E. J. Capello, y el más joven Jorge Dlouky, y también el ingeniero Jorge Martín. Y no puede dejar de mencionarse a Esteban Pérez, “Perecito”, antiguo empleado municipal y uno de sus más fieles asistentes.
Precisamente en una recorrida, al pasar por Avenida Uruguay, aquel grupo se dio cuenta de que corrían peligro

algunos hermosos ejemplares del árbol propio de esta región, y los “vecinos-funcionarios” junto al periodista coincidieron en que había que salvarlos: allí surgió la idea de “la placita de los caldenes”, tal como hoy la conocemos.

 

El hombre múltiple.

Pero además de intendente de Santa Rosa por varios períodos, Eduardo Feliz Molteni fue comisionado municipal de su Trenel natal, y colaboró activamente desde lo que hoy sería Asuntos Municipales con Jacinto Arauz, Intendente Alvear y Quemú Quemú, además de otras varias localidades. También, por algún tiempo, se desempeñó como ministro de Gobierno y Educación del Gobierno provincial -cuando Aquiles José Regazzoli decidió desplazar a parte de su Gabinete-; e integró posteriormente el Consejo de Administración de la Cooperativa Popular de Electricidad.

Pero asimismo era un hombre de participar y comprometerse en las instituciones intermedias. Fortín Roca lo contó entre sus dirigentes, y llegó a ser vicepresidente, pero al mismo tiempo fue por siete períodos consecutivos titular de la Liga Cultural de Fútbol.

 

Su fallecimiento.

El deceso de Eduardo Feliz Molteni se produjo el 3 de marzo de 1988. En esos momentos -como no podría ser de otra manera, no estaba inactivo- se desempeñaba como director del Banco de La Pampa.
Tenía nada más que 69 años, y sus restos fueron velados en la sala de sesiones del Concejo Deliberante, donde una multitud concurrió a despedirlo.

Han pasado muchos años de este acontecimiento, pero Molteni es considerado aún hoy en día el arquetipo del intendente. El funcionario anti burocracia, el que estaba siempre en el lugar de los hechos, el que escuchaba las quejas no para victimizarse sino para saber cuál era el problema para empezar a solucionarlo.

Era otra Santa Rosa, con la mitad de habitantes, con menos problemas. Es verdad. Pero también podría aventurarse que un hombre como él hubiera sido capaz de adaptarse perfectamente a estos tiempos.
“Su largo paso por la burocracia no lo había contaminado de esa enfermedad de la distancia, la indiferencia y el ahogar bostezos durante la exposición ajena. Por el contrario no desdeñaba embarcarse en una charla cuya extensión podía romper toda programación de audiencias y tareas rutinarias”, lo recuerda Pipo Mariani.
Así era Molteni.

 

Una curiosa frase.

Alguna vez pudo leerse en unos de los primeros graffitis que se vieron en paredes de la ciudad una curiosa frase: “Si Dios está en todas partes, Molteni es Dios”. Graficaba exactamente lo que pensaban muchos santarroseños del intendente que gobernó la ciudad capital durante cuatro períodos. Cuando un fotógrafo (Alberto Algassi) lo descubrió llevó a Molteni a verlo, y éste ruborizado, y tomándose la cabeza, repitió una y otra vez: “¡Hay que borrarlo!, ¡Hay que borrarlo!”

Oscar Mario Jorge -otro jefe comunal que podrá ser objeto de alguna crítica, pero también hizo lo suyo en Santa Rosa-, conocía muy bien a don Eduardo: “Uno de sus atributos era su empuje. Era un ejecutivo; no tenía medias tintas. No alcanzaba a tomar las decisiones cuando ya las estaba materializando. Esto lo distinguía como un gran intendente, ‘el intendente’, que en sus reiteradas actuaciones al frente del municipio evidenció esa mano ejecutiva”, le reconoció “Ningo”.

Alguna vez ambos ex intendentes conformaron una sociedad. Eduardo era martillero, y junto al contador luego intendente y gobernador, constituirían una sociedad comercial -una inmobiliaria- que llevaba sus apellidos: “Molteni-Jorge”.

Naturalmente, más allá de lo comercial, mantuvieron una amistad, y Jorge sabía contar (así lo hace en el libro “Molteni, solo un hombre”) que escribió a modo de homenaje quien fuera su secretario de Gobierno municipal, Félix Daniel Mariani, quizás la persona que más lo conoció.

Cuando Molteni se acercó al Club Fortín Roca, del que sería presidente, llevó al entonces joven contador Jorge. “Yo tenía una motoneta, y todos los días tenía que llevar a Molteni a dar una vuelta para ver cómo se construía el gimnasio, la cancha que el club tenía al lado de la laguna, y a recorrer toda la ciudad como lo impulsaba su espíritu de hacedor”, dice “Ningo”.

FUENTE: LA ARENA