El caso de la torta de bodas llegó a la Corte Suprema

Una batalla legal entre una pareja gay y un pastelero, iniciada hace cinco años, puso al máximo tribunal ante otro fallo que tocará dos pilares institucionales del país, la libertad de expresión y la igualdad ante la ley

 Hace cinco años, David Mullins y Charlie Craig fueron a una pastelería en las afueras de Denver, Colorado, a comprar una torta para su casamiento. El nombre del negocio prometía: «Obra Maestra», un fiel reflejo de lo que piensa su dueño, Jack Phillips, sobre sus tortas: no son meros pasteles, dice, sino obras de arte.

El encuentro entre la pareja y Phillips duró menos de un minuto, pero bastó para desatar una batalla que llegó a la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos que puede marcar un giro en la sociedad.

«La Biblia enseña que la homosexualidad está mal. Y participar en un pecado es malo para mi», justificó Phillips, en una entrevista con The New York Times.

«Este caso es más que nosotros, y no se trata de tortas», ha dicho Mullins a la cadena CNN. «Esto se trata del derecho de los homosexuales a recibir el mismo servicio», agregó.

Los nueve jueces que integran el máximo tribunal, partido ideológicamente como el país -cuatro jueces progresistas, cuatro conservadores, y un «swing vote», el juez Anthony Kennedy, una leyenda judicial- dejarán, con su fallo, otra huella en el país. La Corte ya ha torcido la historia, más de una vez. Ahora, una torta de bodas llevará a los jueces a tocar los límites de dos pilares institucionales: la libertad de expresión y la igualdad.

Phillips, y quienes lo respaldan, argumentan que sus convicciones religiosas están protegidas por la primera enmienda constitucional, que garantiza el ejercicio de la libertad de expresión.

«La primera enmienda prohíbe que el gobierno obligue a las personas a expresar mensajes que violen las convicciones religiosas», dijo la abogada de Phillips, Kristen Waggoner, en la audiencia en el tribunal.

El gobierno, dijo Waggoner, forzaba a Phillips a «que dibuje, esculpa y pinte a mano pasteles que celebren una visión del matrimonio en violación de sus convicciones religiosas». El mensaje, en este caso, son sus tortas personalizadas, sus «obras maestras». Su tinta es el chocolate y el merengue. (Phillips ha dicho que no tiene problemas en venderle a nadie una torta común).

Mullins y Craig defienden otro principio consagrado en la carta magna: el de tratamiento igualitario. La Corte, en un histórico fallo de 2015, dividido, lo extendió al matrimonio gay. Kennedy, el voto decisivo del veredicto 5-4, escribió: «Ellos piden la misma dignidad ante los ojos de la ley. La Constitución les otorga ese derecho».

Para la pareja y las organizaciones que los respaldan, ese derecho está en riesgo. David Cole, abogado de la poderosa Unión Americana para las Libertades Civiles (ACLU, según sus siglas en inglés), argumentó que aceptar el argumento de Phillips provocaría «consecuencias inaceptables»: más discriminación, en particular a parejas gay, pero, también, a otras personas.

«Una panadería podría negarse a venderle una torta de cumpleaños a una familia negra si se opone a celebrar vidas negras. Un estudio de fotografía podría negarse a tomar fotos de mujeres CEO si creyera que el lugar de una mujer está en el hogar. Y un florista podría poner una inscripción en su tienda diciendo ‘no hacemos funerales gay'», ejemplificó.

La batalla concluirá el año próximo, con el veredicto del tribunal. Todos esperan un fallo dividido. Un reflejo de la polarización reinante, que no elude, siquiera, a las tortas de bodas.