A 100 años del nacimiento de Juan Rulfo, Buenos Aires le rinde homenaje al autor de «El llano en llamas»

En línea con el centenar de tributos que se realizarán en Latinoamérica, a partir de este martes tendrá lugar en distintos espacios porteños un ciclo de homenaje al escritor mexicano, que se suman a una muestra recién inaugurada en la Biblioteca Nacional.

En línea con el centenar de tributos que se realizarán esta semana en Latinoamérica para celebrar los cien años de su nacimiento, a partir de este martes tendrá lugar en distintos espacios porteños un ciclo de homenaje al escritor mexicano Juan Rulfo, que se suma a una muestra recién inaugurada en la Biblioteca Nacional donde se explora la persistencia de su legado y la fuerza de una narrativa tan concisa como potente.

Extrañamente, la ponderación sobre la narrativa de Rulfo se basa solo en dos obras, «Pedro Páramo» (1953) y «El llano en llamas» (1955), a las que seis años antes de su muerte -ocurrida en 1986- se les sumó la novela «El gallo de oro», de circulación un tanto marginal.

En ese corpus tan condensado como poderoso se despliegan una infinidad de mundos transfigurados o inexistentes que fundan su singular topografía literaria, precursora del realismo mágico que marcó decisivamente al colombiano Gabriel García Márquez.

La producción de este hombre nacido el 16 de mayo de 1917 en el estado mexicano de Jalisco ha sido fuertemente atravesada por su precoz condición de huérfano: esa conciencia temprana del despojo y la ausencia se filtra en un corpus de relatos en los que asoman criaturas arrojadas a un mundo hostil, inmersas en uno de los períodos más convulsionados de la historia mexicana.

Cuando uno lee a Rulfo, oye uno silbar al viento a ras de la tierra seca, oye uno el olvido, oye uno las cenizas. También la tristeza

Tan vigoroso como su lenguaje narrativo es su imaginario fotográfico, que alimentó de imágenes sutilmente melancólicas sobre la geografía mexicana y el retrato de la vida rural. Su reconocimiento como fotógrafo fue respaldado incluso por la ensayista norteamericana Susan Sontag, quien lo definió como «el mejor fotógrafo que he conocido en Latinoamérica».

«Cuando uno lee a Rulfo, oye uno silbar al viento a ras de la tierra seca, oye uno el olvido, oye uno las cenizas. También la tristeza. Rulfo se alza como un personaje desolado que va caminando encima de esta tierra baldí­a, violenta, agria, de noches muy largas», lo definió alguna vez su compatriota, la escritora y periodista Elena Poniatowska.

A propósito del centenario de su nacimiento, Buenos Aires se hará eco de la agenda internacional de tributos con la Semana Rulfo, un ciclo organizado en simultáneo por el sello Fondo de Cultura Económica, la librerí­a Eterna Cadencia, la Biblioteca Nacional y la Embajada de México que presentará una muestra, una performance, la proyección de un documental y mesas de debate sobre su obra.

¿Cuáles son los atributos que lograron que su escueta obra sea considerada como una renovación de la tradición literaria del continente? «Es un escritor que percibe de un modo muy profundo cierta verdad social y existencial, pero no lo hace por una ví­a mimética sino por un grado de metaforización que logra un resultado más verdadero que una verdad literal», apunta a Télam la poeta y narradora María Teresa Andruetto.

«Después de tantas relecturas, me asombra todavía la invención de un lenguaje -no imitación, sino invención poética- tan realista como oní­rico, tan de su gente como universal -sostiene Andruetto-. Rulfo es único, quien lo lee ya no puede olvidarlo. Entre otras cosas es también una cachetada a la idea de hiperproducción, a nuestra necesidad de estar siempre haciendo. La contundencia y brevedad de su obra nos enseñan que la presencia es otra cosa, que está hecha de otra consistencia».

Claudia Ramón, del sello y librería Eterna Cadencia, destaca que «la dimensión de la obra de un escritor no pasa por la extensión.

En ese sentido Rulfo, como nadie, dio cuenta en sus textos del caudillismo latinoamericano, de la vida de los desamparados y lo hizo de una manera única».

«Rulfo inventó una lengua viva al interior de la lengua, es decir, construye una lengua nutrida de los susurros mestizos, complejos y vastos del español mexicano que ayudan a construir un tiempo fuera del tiempo -mí­tico y por ello siempre presente- donde la vida comunica con la muerte; de ahí­ su vigencia absoluta y sobre todo su capacidad de comunicar con personas de cualquier época y geografía», asegura por su parte el escritor mexicano Rafael Toriz, asesor cultural del sello Fondo de Cultura Económica.

«En su brevedad, que es lo de menos (calidad sobre cantidad es un atributo de los buenos artesanos), Rulfo construyó una de las mejores novelas de todos los tiempos a través de las imágenes despedazadas de un país, que puede ser cualquiera, donde se intuye que el único sosiego para nuestras almas errabundas es el infierno. De manera que hasta ahora solo él pudo conseguir, al menos con las imágenes que llevan su impronta, representar la vida y sus dolores en el lenguaje de la muerte», describe Toriz.

Las actividades que integran la Semana Rulfo en Buenos Aires arrancarán mañana a las 19.30 en el Centro Cultural Arnaldo Orfila Reynal (Costa Rica 4568), donde el disparador será el encuentro «Figuraciones de una obra: Rulfo y la imagen», en el que participarán Ezequiel de Russo, Nicolás Prividera y Azucena Losana, quien presentará la performance audiovisual «Talpa».

El jueves a las 19, en el Auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional, se realizará la proyección del film «Purgatorio: relatos de Rulfo», del director Roberto Riochín­.

En tanto que el viernes a las 19 se concretará en la librerí­a Eterna Cadencia (Honduras 5574) la mesa «Rulfo desde el presente de la literatura latinoamericana», con la participación de Liliana Colanzi, Federico Falco y Rodrigo Márquez Tizano.

Paralelamente, se acaba de inaugurar en la Biblioteca Nacional la muestra «Juan Rulfo. En la tierra de las voces», que hasta julio exhibe las primeras ediciones de sus textos, además de una traducción muy libre que Rulfo hizo de las «Elegí­as de Duino», de Rainer Maria Rilke, un libro que contiene algunas de las muchí­simas fotografí­as que el escritor tomó sobre el México rural, además de gigantografí­as que le tomó Sara Facio y una pequeña instalación con mesas y bancos sobre los que se dispusieron obras de autores latinoamericanos que han sido influenciados por Rulfo.

«La pervivencia de su obra se debe a que rechaza el mero color local, los recursos fáciles del indigenismo, incluso aquellos que luego se convirtieron en clichés del realismo mágico. La suya es una mirada más profunda que tiene más que ver con el mito, la circularidad del tiempo, el retorno de las voces, el diálogo permanente entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Y también la denuncia de condiciones de vida paupérrimas, de tradiciones que se desdibujan, de contrastes y violencias», explica la ensayista y crítica Jorgelina Núñez.

«Creo que el realismo mágico, que tanto tuvo de operación editorial en algún momento, cayó presa de sus propios estereotipos, de su carácter de producto for export, destinado a que Europa y los Estados Unidos descubrieran la literatura latinoamericana. La obra de Rulfo, en cambio, jamás fue pensada en esos términos. Aunque estrictamente local, alcanza el rasgo de universal por su capacidad de crear un universo propio y autónomo» acota una de las responsables del montaje de la muestra junto a Florencia Abbate.

Para Andruetto, el legado de Rulfo sobrevive intacto: «Más que ningún otro escritor latinoamericano de su época. Me parece muy distinto a todos los otros escritores del realismo mágico. Si me apuran, dirí­a que no se quedó en ninguna superficie, que fue a lo hondo, a lo áspero, a una Latinoamérica menos arquetí­pica, menos fascinante para un lector europeo, traspasando el sensualismo y el tropicalismo que se esperaba de ‘lo latinoamericano'», analiza la escritora.

«Su obra está más viva que nunca no solo por la realidad de todos los dí­as donde, en lugares como México, los muertos hasta después de muertos son incapaces de encontrar el sosiego de la tumba. Los temas retratados tanto en ‘Pedro Páramo’ como ‘El llano en llamas’ y ‘El gallo de oro’ siguen vivos acá y en todo lados: injusticia, desamor, soledad y nuestro permanente diálogo con la muerte, que es un diálogo con la vida», precisa Toriz.